Coincidiendo con mi onomástica vuelvo a escribir artículo, esta vez acerca del nombre, la identidad y la imagen de nosotros mismos. Parte 1ª
Durante muchos años llevar el nombre que mi madre eligió para mí, me fastidió profundamente. Y es que María Asunción, que es mi nombre completo, no suena digamos muy actual, ni artístico, ni comercial. Es excesivamente largo, rotundo, serio y, para colmo, estribillo de la famosa canción del vino que no es blanco ni tinto ni tiene color. He recibido todo tipo de alias y diminutivos por parte de los seres queridos y menos queridos, agradables y desagradables, que sería muy extenso citar aquí. Intenté hacerme llamar por el que sonara mejor, por ejemplo, utilizando el primer nombre olvidándome del segundo. El problema es que no me identificaba para nada con él y hacía caso omiso cada vez que me nombraban así. Después comencé a analizar cuáles eran los motivos de mi disgusto, a pensar qué emociones me traía oír mi propio nombre y las consecuencias que derivaban de esto. No cabe duda que si veo mi nombre publicado en algún medio, mi firma en un proyecto o mi propia publicidad, debo sentirme satisfecha: “esta soy yo”, pero si a eso le sigue en mi cabeza un “aunque preferiría que mi nombre sonara mejor”… ha llegado el momento de actuar.
Aquí empezó mi camino
Leer 2ª parte
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